lunes, 3 de abril de 2017

RAMÓN CASAS Y LA EL ARCO DE LA ESTACIÓN DE MURCIA





Qué tiene que ver la estación de Murcia con el famoso cuadro de Ramón Casas titulado Al aire libre (Plein Air)? Bueno, podríamos hablar del género tan definido como denso a un mismo tiempo de los “ambientes”.  La estación murciana (un pedazo de ella) y el cuadro de Casas comparten lo que podríamos denominar una estética de la pobreza. Me explicaré brevemente.
Cada vez que he ido a Murcia y he entrado en la estación, la visión del viejo conjunto de las vías laterales y los oxidados tanques de agua,  los conjuntos de aparentes desperdicios y cascotes, los tiznes de negro de los muros semiderruidos, las garitas en ruinas a cuya sombra se eleva un súbito manojo de aboles ácidos, me ha hecho pensar que entraba en un fragmento descoyuntado de espacio y tiempo que podría ubicar en el siglo XIX,  - aquel mundo en blanco y negro del hierro y de los hombres de luto del que hablara Baudelaire - y claro está que sumido en tal sugestión, cuando diviso, en el margen izquierdo el arco de entrada a unas viejas dependencias en desuso de la estación no puedo evitar acordarme del arco que figura en el cuadro de Casas y que parece figurar la entrada/salida de la terraza en la que se encuentran los dos únicos personajes de la obra.    







 Una estación es un lugar tremendamente poético, sitio fijo de despedidas y regresos, punto quieto que actúa como bisagra de estos dos movimientos o direcciones antitéticos: irse, llegar. Recuerdo un poema paradigmático al respecto de Francis Ponge, dedicado a las estaciones, donde el poeta habla de pistas de respiraciones y chillidos, de trayectos y masas de humo, chillidos y estertores de las máquinas, espacio farragoso de impregnaciones, grasas y hollines. Las estaciones modernas tienden cada vez más a reducir todo este catálogo, eliminando suciedades y sumando eficacia. La estación de Murcia todavía no ha perdido su encanto de estación tradicional o antigua, aunque con las obras que en este momento se están llevando a cabo y con las que parece que van a reduplicar su tamaño, pronto lo va a perder.  

Que la asociación que hago entre la estación murciana y el cuadro de Casas dependa de la semejanza en la imagen no quiere decir que la conexión se quede ahí: también la igualdad semántica, a fin de cuentas, se produce porque no puede independizarse absolutamente de esta semejanza apariencial. Pero en este caso, tendría que desarrollar una estética de los lugares desangelados y melancólicos a partir de las significaciones de la zona antigua de una estación y el aire de un cuadro o una zona, asimismo, de ese cuadro.

De los pintores del modernismo, Ramón Casas siempre ha sido uno de mis favoritos. Sus óleos poseen una sutil mezcla de voluptuosidad, fineza formal y precisión psicológica. Los retratos de mujeres, especialmente, son delicias plásticas y representan el misterio epocal de aquel tipo de mujer estilada entre fines del XIX y principios del XX y de la que existe bibliografía específica.  Las imágenes de Casas encajan en el espacio de un modo lánguido y firme a un tiempo, son como gravitaciones inmateriales.

Y, precisamente, la obra de Casas que desde crío, recuerdo de forma más vívida es también una de sus pinturas más conocidas y complejas: Plein air, o Al aire libre.

La crítica ha señalado la originalidad compositiva de la obra articulada a través de tres planos consecutivos: el primerísimo primer plano de la mesa y de la silla desocupadas, el segundo en que se encuentra la mujer, imagen que supone el centro convergente de toda la pintura y de una autonomía plástica total, (por sí sola sería un cuadro) y un tercer plano, el más alejado, en el que localizamos la figura masculina. Precisamente esta figura es la que resulta tan curiosa tanto por la peculiar ambigüedad de su gesto – parece que salga del aseo y esté reparando en algún detalle de la puerta,  - como por su carácter estéticamente poco canónico.
El genio de Casas ha sabido captar un dato fugaz de la realidad, ha transformado esa información visual repentina en el elemento más dinámico del cuadro, si no sumamos a ello la dirección de la mirada de la mujer que espera con impaciencia a que el caballero regrese a la mesa y se siente con ella. Por la posición de la mujer, pero sobre todo por la circunstancia del hombre, el cuadro representa un momento de asueto en la galería exterior de un café. Momento que a través de la representación pictórica se inserta en un ámbito muy definido. Asunto complejo sería analizar ese ámbito que apenas una descripción inicie su desarrollo se convertirá en atmósfera, en ambiente, es decir, en expresión de unas coordenadas espacio-temporales pertenecientes a una época determinada, a un estilo concreto, sumido todo ello en significaciones y sugerencias cuya exégesis podrían darnos los datos identificadores del espíritu del tiempo.   







Es precisamente la singularidad más anecdótica del cuadro, el hombre vuelto parcialmente hacia atrás, lo que hace que me fije en los descoyuntados márgenes del espacio circundante y en el arco modernista-murciano. Si hay algo que independientemente de toda asociación ambiental podemos detectar en la gran mayoría de las producciones tanto plásticas como literarias de la época modernista –simbolista y que las acaricia como una ligera gasa es la deriva melancólica. El cuadro de Casas es melancólico – ese hombre y esa mujer solos, esa terraza algo desamparada, la brumosa periferia que rodea a la terraza – pero sin que esa sensación llegue a secuestrar la obra. El arco luminoso parece el único lujo tecnológico que encontramos, lujo que en la estación de Murcia se convierte en resto de unos tiempos pasados, en ruina herrumbrosa, en objeto arqueológico. Y más anacrónico parecerá ese arco en la estación mientras que las obras actuales lo destaquen frente al inmediato cambio del entorno que se avecina.   

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