viernes, 12 de agosto de 2016

LA OPORTUNIDAD DE LA OCASIÓN, O VICEVERSA


 

 
 
 
 
Como dice la Biblia, hay tiempo para vivir y para morir. Tan obsequioso regalo del tiempo se corrobora cuando tales oportunidades se nos dan por azar, casi inadvertidamente. La noche de los museos celebrada hace unos meses en Orihuela supuso una de esas ocasiones. Pudimos, entonces, darnos suculenta cuenta de los lugares repletos de historia y belleza que guarda la ciudad en la que nos hartamos de ver siempre las mismas calles y de respirar la misma grisura del ubicuo cemento. Una buena noche se nos revelaba que ese espacio llamado Orihuela que atravesamos cotidianamente escondía otros de carácter bien distinto y selecto en donde la experiencia a la que se nos llamaba trascendía los repetidos edificios y quioscos de todos los días. Hay, pues, una ocasión para que el opresivo entorno se metamorfoseé en algo bien distinto.


La fiesta de Moros y Cristianos es otra ocasión para no sólo subvertir la pesantez del orden cotidiano – toda fiesta es, básicamente, esto - , sino para reflexionar sobre las coyunturas generales del tiempo y de la historia. Esos moros que festejamos, y a los que tanto se les combate como se les homenajea, esos moros cuya historia, relacionada fatalmente o no, con la nuestra estudiábamos en la E.G.B, están  - otra vez -de nuevo aquí, están de verdad aquí. ¿Qué significa esta suerte de ciclo ejecutado, ese eterno retorno?  La fiesta celebra la belleza tanto de un bando como de otro, aquí  su imparcialidad es ejemplar. Comprende la peculiaridad de ambos bandos en una sola convergencia. Aprendamos de esta fiesta a la hora de reflexionar sobre nuestro inmediato y estridente presente. Si supiéramos extraer de la fiesta lo que ella, en profundidad, supone y aplicar tales contenidos a través de normas educativas qué bien irían las cosas.

 

A propósito de moros y cristianos y de ocasiones. El otro día tuve por fin la ocasión de ver un fantasma. En Alicante, pasaba un autobús delante de mí hacia al aeropuerto y en su interior, de pronto, una figura se incorporó de las sombras para desaparecer entre las mismas. Fue un instante pero pude verlo bien. Se trataba de una mujer con un burka. Me encontraba con mi hermano, a quien le dije lo que acaba de ver y con quien inicié un dialogo al respecto, hablando con voz fuerte intencionadamente a ver si me oían y creaba un debate entre la gente que se encontraba a nuestro lado, en la acera. ¿Hasta dónde se puede permitir la libre fluencia de una singularidad tan extrema que casi podemos juzgarla como una provocación para el mundo democrático? Discusión relativista y antropológica aparte, está claro que una cosa es ser permisivos y otra, ser pasivos.   





 

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