miércoles, 6 de julio de 2016

BREVE RECUERDO de EMIR AHMED TALMAHAN, O BIEN, LO QUE ES CASI LO MISMO, TRINO TRIVES






Encontrarme por un azar, en la red con unos cuantos fotogramas de Trino Trives ha sido como una revelación, un fogonazo de lo que hasta ese momento sólo era vida sospechada, leyenda, suposición, virtualidad, cosa ya acontecida  o referencia remota. Sabía que Trino había sido director de teatro y traductor. Su faceta de actor no la conocí sino hasta hace muy poco: ante la ausencia de otro tipo de información, ha sido, tras un rastreamiento  minucioso en la red, como he podido dar con su nombre en el elenco de actores que trabajó con regularidad a las órdenes de Jesús Franco. En alguna de estas páginas web se puede visionar alguna de estas películas, eso sí, tras haberse apuntado, dado todo tipo de información, datos personales, numero del D.N.I y horarios de visita al cuarto de baño,  persuadiendo de este modo que la gente no lo haga, como me ha ocurrido a mí. Por lo tanto dejaremos para una próxima ocasión ver a Trino en plena acción.

Reconozco que me te tientan la morbideces de la melancolía y estas imágenes de Trino, tras darme una agradable sorpresa y tras interpretarlas como un mensaje del tiempo – Trino no murió sino que está ahí, en ese trance del interpretar – también me han sumido en una morbosa ensoñación de carácter retrospectivo: las veces que me lo encontraba por la calle , lo que me contaba sobre las personas relevantes que había conocido, su posibilidad frustrada de ser director del Teatro Nacional en Madrid, sus anécdotas con Ionesco en casa de Ionesco, su trabajo en Sudamérica, sus tempranas lecturas de Artaud, sus colaboraciones con la revista Empireuma….

Con Trino, sobre todo en los últimos y fortuitos encuentros, sentía lo mismo: su “curiosa capacidad de movimiento espacial”. Residía en Orihuela, pero ignoraba la vida provinciana, no era de aquí, considerarlo un oriolano más por verlo transitar por la rúa era un error. Aquel caballero de aspecto distinguido y claro que hacía cola en Mercadona era el introductor en el mundo de habla hispana de la obra de Samuel Beckett. Aquel paseante anónimo que tomaba un tren de cercanías para ir a Murcia a ver películas de estreno cuando en Orihuela habían desaparecido los cines, había dirigido a alguna de las actrices más importantes del escenario español.

No hay contraste alguno entre el Trino que se paraba a hablar conmigo en algún punto de la glorieta sobre cómo Azaña hizo una visita secreta a Orihuela buscando la consulta de un prestigioso oftalmólogo, o de la vulnerabilidad de la cultura ante el poder político, y el Trino que veo facialmente transmutado en estas imágenes. Yo lo traté con gran placer y naturalidad en la prosa de los días corrientes; el Trino de las imágenes fílmicas es, simplemente,  el Trino consecuente con su arte, un Trino trascendido, digamos, con respecto al Trino común y visible, y cuyo recuerdo, desde luego, me produce admiración, una admiración que en las póstumas evocaciones del amigo  me satisface ratificar.

Luego hay que contar con esas casualidades que parecen sincronizar términos de realidad: casado con la prima de Juan Benet, escritor que se casaría con Blanca Andreu, la fulgurante poetisa y  chagalliana niña de provincias oriolana; agradecimientos a un tío abuelo mío por ser la única persona desde Orihuela que le escribía dándole ánimos cuando en los años cincuenta emprendió el camino artístico a París, recuerdos juveniles de mi madre cuando alguna vez salieron en pandilla…  

Nunca vi a Trino en acción, la gestualidad, la tensión que muestran los fotogramas jamás los vi en él. Quiero decir que las apariencias pueden a veces ocultarnos las excelencias de la persona que vemos con cierta regularidad, que lo insólito y la belleza son posibles si sorteamos esa barrera frágil pero obstinada de la cotidianidad.  

Nunca dialogué con el malvado personaje de una trama policial ni traté con el sacerdote de una extraña religión de otros tiempos, pero me siento orgulloso, secretamente gratificado de haber conocido y hablado con placer con la persona que interpretó tales personajes,  alguien que perteneció al metamórfico mundo de la ficción fílmica y la verdad representada del teatro.

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