jueves, 19 de mayo de 2016

TOMAS FALSAS Y MEMORIA.


 
 
 
Leo en una obra de Emilio Lledó, El surco del tiempo, lo que la escritura supuso para la cultura y sociedad universales: la aparición de una memoria artificial, que tras “amenazar” a la tradición oral, pronto se convirtió en el nuevo medio de transmisión de toda suerte de contenido. Al ser capaz de retener y reproducir el fluir del tiempo, la escritura dejó de ser mero registro de cosas, para estimular proyectos, abriendo las vías “a la esperanza y al deseo”. La revolución de la escritura supuso modificar el sentido y la fatalidad del tiempo, vencer “la absoluta caducidad” a que irremediablemente tendía la existencia humana.   Ya no hablaban sólo los mitos, ya no se escuchaba sólo una voz sino que ahora el tiempo de la vida se enriquecía con nuevas presencias que desde sí mismas abrían corrientes de pensamiento.





Estas lecturas han coincidido con el azaroso visionamiento de algunas tomas falsas de grandes clásicos del cine de los setenta. En pocos instantes hice, superficialmente, la analogía con la escritura. No ya el inmenso arte que es el cine, sino también todo ese material tan variopinto como son las fotos de sesión de rodaje, los objetos y decorados, así como las tomas falsas constituyen un depósito informativo que atraviesa décadas y yo diría que, simbólicamente, milenios.

El cine no es mero registro de cuerpos en acción, tampoco documento de  civilizaciones. Su dimensión representacional abre todas la brechas de lo anímico y lo emotivo.

Decimos que la escritura alteró el carácter monolítico del tiempo al hacer surgir de su percepción voces y diálogos.. Si hay algo, en el cine,  entre su material de bastidores, que sacuda sorpresivamente nuestros recuerdos de la película que vimos hace años, son las tomas falsas.

Ver tomas falsas de La guerra de las galaxias o  de Tiburón, como me sucedió el otro día, no es, exclusivamente, un chocante viaje al tiempo, implica una reflexión sobre lo que construimos sobre el mismo, es darnos cuenta, de la liberadora falibilidad final de todo (quedando nosotros como los únicos soberanos de toda ficción, de todo mito, de toda utopía) Jugamos a tomarnos el universo en serio, y, efectivamente, lo hacemos, pero el Juego se ha efectuado a través de nosotros, el relato lo ha sido gracias a nuestra carnal mediación, el misterio se representó por nuestra implicación en ello.

Aquellas películas tan emblemáticas, casi fetiches de una época, que visionamos con total inocencia siendo unos adolescentes de quince años, sobre las que no cabía retocamientos, que eran en nuestra memoria una narración cerrada, de pronto, con las tomas falsas, y sin que el mensaje estético quede perjudicado, se “actualizan” revelando su carácter de artificio.

 Es tremendamente significativo de qué manera las tomas falsas nos sacan del recinto cerrado de la ficción y nos devuelven al presente, al ahora mismo desde el que observamos con fascinación nuestro desprendimiento del otro tiempo, del tiempo determinado del film y de su universo imaginario.

Los griegos temían que la escritura obrara en contra de lo que, finalmente, se demostró que perpetuaba y que enriquecía, temían que el pueblo, confiado en las líneas consignatorias de los escribas olvidara de hecho el tesoro preservado por la oralidad. La tecnología cinematográfica nos da un respiro sobre el asunto, y nos dice que, aun labrando las obras más estremecedoras, estas pueden surcar los laberintos del tiempo sin problema de que se pierdan porque sus hacedores volveríamos a ser nosotros que jugamos a idear universos.            

 

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