martes, 23 de febrero de 2016

UMBERTO ECO Y LAS SEMIÓTICAS DEL FUTURO



 


Umberto Eco alcanzó con creces esa tentación que todo semiólogo o filólogo “sufre” en secreto: saltar de la palabra racional e inexpresiva del crítico a la conquista de la palabra polisémica del literato.
Roland Barthes pensaba en escribir una obra de teatro, pero falleció antes de materializar tal proyecto, atropellado por aquella absurda camioneta. Un filósofo como Guilles Deleuze admiraba en Eco, precisamente, el que fuera capaz de escribir tanto novelas como obras de semiótica, que gestionara ambos tipos de registros textuales.
Personalmente, salvo El péndulo de Foucault, no leí sus otras novelas. Para mí Umberto Eco era sobre todo un semiótico, y era ese tipo de obra lo que me interesaba de su producción, quizá, precisamente porque me acostumbré a las ilustradas y ordenadas exposiciones de su discurso y me daba pereza adaptarme a otro de tipo de escritura bien distinto. Pero ha sido así como la lectura de la obra crítica y semiótica de Eco me ha ofrecido- y lo sigue haciendo, por supuesto- estupendos ratos de placer intelectual.
Creía que conseguiría el premio nobel. Lamentablemente no ha sido así. Pero las semióticas del futuro, si es que el pensamiento y la investigación filosófica no pierden el entusiasmo y se hacen el hara-quiri ante los analfabetismos del porvenir, deberán contar con los presupuestos  dilucidados en su obra, bien como puntos de partida de otras investigaciones o bien como elementos pendientes de  una crítica o de la  brillante y postrera confirmación. Umberto Eco es un notable ejemplo de ese lujo que define lo mejor, lo verdaderamente europeo: el ejercicio crítico y  la soberanía intelectual.  



Breve Florilegio Umbertoquiano

 






La semiótica estudia todos los procesos culturales como procesos de comunicación; tiende a demostrar que bajo los procesos culturales hay unos sistemas; la dialéctica entre sistema y proceso nos lleva a afirmar la dialéctica entre código y mensaje.

 

Cualquier aspecto de la cultura se convierte en una unidad semántica.

 



 

Si nuestro tiempo descubre que todos los discursos, filosóficos y científicos, pueden leerse como narración, quizás se deba a que, más que en otras épocas, la ciencia y la filosofía, se quieren presentar como grandes novelas.

 

Las ideas también son signos.

 

Desde el momento en que existe sociedad, cualquier función se convierte en signo de tal función.

 

Sin lengua no habría ideas, sino puro flujo de experiencia no experimentada y no pensada.



 
 


Hay poesía sólo en la representación de las pasiones de la carne y del corzón, y no puede haber poesía de la pura inteligencia, porque en ese caso acaba en música.

 

En el primer libro de  El capital,  Marx no solamente demuestra que en un sistema general de mercancías cada una de ellas puede convertirse en el significante que remite a otra, sino que además añade que esta relación de significación mutua es posible porque el sistema de mercancías se estructura por medio de un juego de oposiciones similar al que los estudiosos de lingüística han elaborado para establecer la estructura del sistema fonológico, por ejemplo.

 

Es curioso comprobar cómo la época barroca ha sido la más fértil en la producción, mejor dicho, en la invención ex novo de objetos totémicos, me refiero a los blasones, las empresas y los emblemas, (en comparación con el medievo).

 

 

Nuestra noción de lo simbólico se radicaliza únicamente en un universo laico donde el símbolo ya no debe revelar y esconder lo absoluto de las religiones sino lo absoluto de la poesía.

 

Ya no existe el modo simbólico como suprema estrategia del lenguaje, hablamos siempre indirectamente y de pasada, siempre por símbolos, porque estamos enfermos de lenguaje. Qué pena un mundo tan condenadamente órfico donde no hay sitio para el lenguaje del portero. Allí donde no puede hablar el portero, también el poeta calla.

 

  Se escribe sólo para un Lector. Los que dicen que escriben sólo para sí mismos no es que mientan. Es que son espantosamente ateos. Incluso desde un punto de vista rigurosamente laico. Infelices y desesperados los que no saben dirigirse a un Lector futuro. .  

 


 

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