martes, 19 de enero de 2016

La Senda honda. José Manuel Ramón. Devenir



 

 


Hará un par de años aparecía en el suplemento cultural de un periódico un artículo sobre la actualidad poética en España. Desdeñosamente, criticaba que la tendencia de la poesía escrita en la zona de Levante, se identificara con cierta evasiva  práctica del “locus amoenus”. Vendría a decir esto que la búsqueda de tal motivo impediría la presencia de realidad contemporánea en los versos, sustituida por una barroca evasión a una naturaleza hiperidealizada, anacrónica  y puramente verbal. Bueno. No sé dónde radica el desastre cuando la supuesta evasión se traduce positivamente en un trabajo literario que describe en sí el destino de la obra, como si un producto aparentemente formal no fuera también signo de la época. El criterio de la crítica radica aquí en el concepto de actualidad, y es en ello donde la seguridad de las perspectivas bailan sorpresivamente, porque, como decía Paul Celan, “el poema no es actual, es actualizable”, es decir, la importancia del poema no depende de su asignación a baremos y presupuestos sino de cómo el lector lo rescate, a través de su implicación lingüística y emocional, del limbo de las letras universales.

Por ello nuestra idea de qué sea actual en poesía no resulta tan claro ni definitivo, ni nos podemos pronunciar automáticamente a favor de unos, desprestigiando a otros. En este asunto, el concepto de belleza también está en juego. Por ejemplo, el otro día, leía con placer un poemita del libro de José Manuel Ramón, La senda honda, titulado Alborada. El poema es breve y preciso,  cuasi una virguería gongorina, aparentemente alejado de denuncias y compromisos, atemporal, si se quiere, y perfectamente autónomo. Este poema, con las características denunciadas por el artículo, es un producto tan legítimo como válido en el juego de las distintas estéticas que podamos evocar. Se trata de un poema que sí protesta: su existencia, de por sí,  defiende la belleza.

Es de este modo, considerando el placer y la belleza que una obra poética puede producirnos como debiéramos juzgar tales obras, en vez de legitimarlas al tenor de tal o cuales tendencias. Y es de este modo como prefiero enfocar el libro que José Manuel Ramón nos ofrece sorpresivamente, y digo sorpresivamente porque tras algo más de 25 años, por fin, y más algún poema que contextualiza el silencio de esos años, se publica La senda honda, que su autor dejara tejida allá por el año 1988.

Confieso que desconozco si repasos correctores han ultimado la factura de los poemas, pero poco importa si el poeta hace suyos unos poemas concebidos hace un par de décadas. Ya sabemos lo que supone comentar libros de amigos, operación en la que parece que el mero elogio tiene que ir por delante, pero repito lo dicho: quisiera valorar los libros de poesía por la belleza que crean, por la música que sugieren,  antes de someterlos al estridente análisis que pretende dirimir a qué otros sentidos- políticos, ideológicos, metaliterarios – se refieren. Los poemas de La senda honda me parecen nuevos, redondos, jugosos, musicalmente trazados, sin lentitudes ni apelmazamientos. El verso más escueto sabe de la efectividad evocadora y del contraste. Piezas como Estancia, Origen, Fidelidad del aire, El presente, o Díptico de incierta distante confirman el dinamismo que articula la coherencia estilística, la escritura poética como escritura sutil de la posibilidad.

Feliz regreso a la poesía a este veterano empireumático, que desde el 85, asistió al parto y desarrollo de aquel sueño cumplido que fue la revista Empireuma, aunque me temo que todos estos años no pueden traducirse como un distanciamiento, que José Manuel siempre ha estado al brioso pie del poema.     



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