jueves, 10 de septiembre de 2015

ESCUCHANDO "OJIVAS", DE ERIK SATIE






Satie utiliza metafóricamente el motivo de las ojivas para explicitar una serie sonora, para insinuar un sentido en una duración musical. La impresión estética de tal evento es de una exquisitez hermética, de una majestuosidad recóndita. Aunque tal recóndita majestuosidad es más la consecuencia de una búsqueda que manifiesta intencionalidad - bien pensado, ambas cosas son, finalmente, convergentes, no sabríamos decir cuál de las dos ha sido primera -.  La concreción de este objeto arquitectónico – la ojiva -  posee una significación lo suficientemente autónoma para funcionar como ilustración de una creación musical que podría antojársenos abstracta o demasiado experimental sin tal relación, sin ese epígrafe. La genialidad del artista consiste en saber adaptar una inquietud interior a un elemento externo, convirtiendo a este en pretexto narrativo de un flujo, de un vórtice subjetivo, de este modo resuelto. Satie tendría una masa de notas informuladas en su cabeza y el hallazgo formal de las ojivas sirvió para terminar de articular tal conjunto de notas, para hacerlas eclosionar.

  

Al escuchar la música, diviso en una penumbra general, brechas repentinas y lentas que tan pronto como surgen se dispersan. Cada intervención, pausada, delicada del piano, discretamente aristocrática, hace que divise estas brechas, como si fueran objetos fantasmáticos emergidos de la nada que se pretende surcar, o alimentados a distancia por la energía o causa que los impulsa. Se insinúa una escala – las distintas alturas, los emplazamientos imaginarios de las ojivas -.
La versión que escucho, la interpretación vertiginosamente lenta del pianista Reinbert de Leuw, subraya el acontecer del sonido, potenciando el distanciamiento entre las alturas. No sólo el sonido parece elevarse y querer constituirse en una alianza de alturas diversas, sino que la regularidad de la impronta sonora crea un ensortijamiento de espectros refinados: el recuerdo del pasado inmediatamente anterior, la ojiva musical que acaba de sonar. Soledades gongorinas. Minimalismo remoto precediendo su teoría. Apenas la "ojiva" suena, se esfuma a través de su propio eco.   Se define algo así como una línea de pequeños sucesos relacionados entre sí por ese ritmo. La música sube  y baja, como si aspirara a cierto estrato en el que persistiese  mejor. La sucesión sonora es suave y regular. La harmonía consiste en esta regularidad que, sin embargo, tiene algo de especulativo, de tanteo exquisito. Las "ojivas" danzan estáticamente.
 No se puede hablar aquí de significados sino de lo que experimento, de lo que siento. Y lo que siento es que estoy en un lugar absolutamente especial y legítimo  del universo, reclamando con suave insistencia, con regulada intermitencia, mi tímido fragmento de gloria.

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