sábado, 1 de agosto de 2015

VEJACIONES SONORAS. Vexations, de Erik Satie



 

Erik Satie compone alrededor de 1893 una pieza para piano consistente en una breve frase musical de 18 notas que se repite más de 800 veces. Parece ser que la compuso tras un rechazo amoroso, lo que la convertiría en una suerte de secreta auto- expurgación sentimental.

La pieza tiene una duración variable- desde unos minutos de curiosa exhibición, hasta las varias horas de catarsis posible tanto para el ejecutante como para los oyentes – según expectativas y contextos.

Existen versiones grabadas y remezclas varias, disponibles en la red; más difícilmente en otros circuitos.

Personalmente he realizado una audición de dos horas, y las sensaciones durante y tras la escucha, pueden ser contradictorias.
En un momento dado te das cuenta de que la música se repite descarada e interminablemente y piensas que estás siendo víctima de una broma, de un experimento. Luego tal repetición se camufla en la limitada variedad de sus notas,  - limitada pero incontable - y pierdes de vista el inicio y el final de la frase que calmosa e inmisericordemente se repite y que pretendías rastrear con la intención de desenmascarar la farsa.

Pero no, la supuesta farsa mezcla términos y tenues desarrollos en una vibración dolorida que parece  diluirse para, imperceptiblemente, reaparecer una y otra vez, esfumándose de nuevo. Principio y fin de la frase de que consta la pieza diluyen, mezclan, y confunden sus inmateriales extensiones, convirtiendo la ínfima pieza en un prodigioso e inaparente anillo de Moebius sonoro, que es imposible modificar o trasladar.


 
 

Vexations es como un punto fijo que reverberase continuamente sin trascender realmente su ubicación en el espacio-tiempo. Esta es su función cuyo título revela: hacerte recordar lánguida e infinitamente el pequeño lugar que ocupa tu existencia y el carácter anodino de tu aventura infinitesimal en tal lugar.  
Tras haber escuchado durante una hora la música, es precisamente la dimensión tiempo la que se ve afectada, la que te avisa de que algo está ocurriendo aunque, cuando te repongas brevemente y seas consciente del desarrollo puntual de la música,  parezca lo contrario. La sensación es paradójica, pues el transcurso del tiempo deja en la percepción una huella que deviene fantasmal: ha pasado una hora y la música está comenzando, al tiempo que pronto va a concluir.  

Hay una significación masoquista más que sugerida en el epígrafe de la obra. Ya sabemos que a Satie se le ocurrió la obra en el transcurso de un desengaño amoroso. En esta sentido, creyendo haber definido la causa de la génesis de esta pieza insólita, uno se imagina a Satie autoflagelándose interminablemente, castigando, por extensión, a toda alma existente, con su llanto, con su prisión anímica, con su máquina de producir suaves delirios que es VEXATIONS.


 

Vexations es violenta por el afantasmamiento a que, finalmente, reduce al oyente.
No es nada, y su duración es incalculable. Esta continuamente empezando y ya ha acabado. La incidencia que narra es relativamente ilusoria. En tanto el tiempo de audición sea mayor y uno se convenza de la imposibilidad de saber qué nos dice la melodía, el oyente se dará cuenta del grado de encantamiento a que está sometido. Porque escuchar Vexations es algo parecido a pasar una prueba: comprobar la fantasmidad de la temporalidad con la condición de no poder reamente abolirla, de naufragar en el umbral mismo donde se diluyen las hebras de tiempo.
Toda obra artística que rebase sus marcos formales, que cuestione, incluso, la naturaleza y límite de su propio género, se convierte en un hito negativo espectacular, en un fenómeno, en algo de carácter extraordinario. Por ello Vexations me hace recordar, por ejemplo,  la obra de Mallarmé, aquellos versos dispersos por el espacio vacío de la hoja de Un golpe de dados; o bien, algunas obras de Goya – esa cabeza de perro absurdo asomándose por el rincón de un piélago de nada amarilla; o también aquellas apocalípticas obras sinfónicas que el ruso Scriabin compuso poco antes del estallido de la revolución rusa, y cuya interpretación imaginaba en la India, durando semanas de concierto y de danzas.  

Este tipo de obras quizás no sean, humanísticamente entendidas, “grandes” obras, pero resultan extraordinarias al ensayar una trascendencia del concepto convencional de obra, abriendo una sutura entre obra y recepción, sutura que supondría la totalización artística, la no distinción entre arte y realidad. 

        

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