lunes, 3 de diciembre de 2012

FLUYEN LAS ESCRITURAS







Podríamos interpretar las marcas rítmicas prehistóricas halladas en las paredes de las cavernas como una suerte de protoescritura. Antes del significado, fue el Ritmo.
Se ha subrayado mucho el concepto de escritura como registro, como depósito de la memoria, reparando menos en sus aspectos gestuales, en la consideración de lo que implica el hecho de que la escritura haya sido una marca manual sobre un soporte. Ya sea sobre pergamino, tabletas de arcilla, en códices o papel, manuscrita o impresa y en los más distintos alfabetos, los distintos tipos de escritura manifiestan una cosmología de los mensajes y por lo tanto, una forma de encriptar el universo. En todo ello incide Barthes en su breve pero tan brillante como preciso ensayo Variaciones sobre la Escritura.
Una historia de la escritura lo sería de la génesis de las distintas grafías o pictogramas, de la materialidad de los soportes, de las razones y azares de la elaboración de los signos y su ordenamiento, de la función de cada uno de tales signos.
Por una casualidad, la lectura de este fino texto de Barthes ha coincidido con mi descubrimiento en las catacumbas de la biblioteca de mi bisabuelo, de un viejo libro. Se trata de un breve tratado de filosofía del siglo XVIII y ofrece la curiosidad de que mientras las dos o tres ilustraciones que se encuentran en el volumen están impresas, el texto es manuscrito.
Al estar escrito en latín, del contenido no puedo decir apenas nada, salvo de que se trata de filosofía teológica, por lo tanto sólo puedo gozar del texto estéticamente, como un texto indescifrable doblemente: por estar escrito en latín y porque habría que sortear las peculiaridades caligráficas de quien lo escribió. Lo que más me fascina del libro es la última página.









Se asemeja a una pared en la que pintadas, dibujos, frases y tiznajos se hayan acumulado al azar. Pueden distinguirse operaciones matemáticas, enunciados casi ininteligibles en latín, nombres de religiosos: Fray Joseph, Fray Juan, quizá uno de ellos del autor del libro; modos verbales repetidos misteriosamente como una letanía o como un ensalmo para resolver no se sabe qué asunto o rechazar atormentadoras tentaciones: puedo, puedo, puedo… Y esos delicados dibujos de flores tanto en el margen superior como en el inferior, que indican un amor por el detalle, lentitud dedicada a algo. Navego por esta sola página, deteniéndome entre los enjambres de signos, observando los detalles caligráficos, la textura de los espacios sin escritura, disfrutando de este pliego como si fuera todo un océano, como si fuera un remedo del Coup de Dés de Mallarmé antes de Mallarmé. ¿Por qué no recortar esta hoja y exponerla en una galería de arte como una muestra fragmentaria de la escritura anónima del Tiempo?     

 

1 comentario:

José Antonio Fernández dijo...

El misterio de la escritura, su hipnotismo.
Buen texto, José María.

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