lunes, 5 de noviembre de 2012

DICEN QUE LA VIDA CONTINÚA.

 
 
 

 
 
Por hache o por bé, la lectura de Agustín García Calvo, siempre se me fue demorando. Era un autor que debía leer, que debía conocer. Supondría un acto de lamentable desidia pasar de un intelectual, de un personaje de semejante nivel. Recordaba que a mediados de los ochenta, un poeta amigo que residió temporalmente en Orihuela, Jorge Cuñas Casasbellas, nos sugirió a los que editábamos la entonces incipiente revista literaria Empireuma, invitarlo a la ciudad a dar un recital, ya que lo conocía personalmente. Al final vino a Orihuela, pero fue mucho más tarde y a través de alguna entidad financiera, la Cam o la Caja de Ahorros, a dar alguna conferencia con el consecuente diálogo posterior con los asistentes.
Por fin leí un volumen suyo que recogía artículos y reseñas y me interné con sumo interés en otro, Contra el tiempo. En este libro va comentando y analizando los distintos conceptos de tiempo a través de la historia de la filosofía, hasta alcanzar el continuo espacio-tiempo einsteniano. No tengo un interés positivo, y mucho menos profesional, en la filosofía. Leo textos filosóficos por el placer intelectivo que me procuran. Son, para mí, discursos, elaboraciones de alta literatura.
Lo que percibí en la prosa dialéctica de Agustín García Calvo fue su estilo austero y concreto, la elusión de jergas filosóficas, la ordenación y clarificación de los conceptos, en suma, su atenerse a la razón filosófica antes que el dejarse guiar por el brillo conceptual de cualquier tendencia.
Su conciencia pedagógica, su labor de maestro y comunicador intelectual, le impidieron dejarse arrastrar por una filosofía contemporánea demasiado surcada de estilos y escrituras. En este sentido, siempre he visto en Agustín García Calvo, gracias a la honestidad de esta actitud, al filósofo originario, al pensador que se enfrenta a la compleja realidad con la herramienta exclusiva y preciosa de la propia razón, contemplando el universo definido por las escuelas ya formadas pero resistiéndose a la seducción de confundirse con ninguno de los sistemas emanados de ellas.
El Agustín García Calvo más festivo, con seguridad,  esté en su poesía- “volver al Pueblo”-, que conozco imperfectamente.
Sobra decir que ante su obra como filósofo, como latinista, como traductor y poeta, ante su imagen de ácrata, enemigo de todo régimen político o intelectual, en una Francia, por ejemplo, lo estarían venerando como el gurú de todas las sectas del pensamiento. Creo que García Calvo estaba más acá y más allá de ese tipo de caricatura. Veremos qué justicia le hace la historia inmediata. Teniendo en cuenta la reclusión de la filosofía en las cátedras y lo maltrechas que andan las Humanidades, hay que lamentar la pérdida de este maestro de la palabra: la palabra reflexionada y recitada en la colectividad del ágora.

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