martes, 6 de septiembre de 2011


LA ILEGIBILIDAD
Pero, ¿realmente hay algo hoy que resulte ilegible como no sea la propia conducta humana? Lo ilegible ya no es un cuadro abstracto, una obra de Stockhausen o una película de autor, sino el proceder - inmoral, amoral - del hombre con el hombre. Estéticamente, lo hermético es una etiqueta más, totalmente legítima: responde a un código concreto, es una aplicación lingüística entre otras. El barroco supo bien que lo caótico suponía un orden nuevo y lo formalizó en derivas múltiples y acumulativas. Lo ilegible no es lo caótico, estado natural de las cosas, tal y como lo vieron los griegos, sino lo que copia torpemente lo caótico, es decir, lo que pretende representar al caos a través del estereotipo. "Mantengo unas ardientes relaciones con la ilegibilidad" decía Barthes, quitándole hierro a la cosa, por un lado, y por otro, queriendo ubicar cada registro expresivo en su casilla correspondiente como productor de un tipo específico de significantes.
A estas alturas ya no es aceptable el antagonismo del discurso: o blanco o negro, o claro o confuso. Ambas cosas se suceden a tal velocidad que se hacen indistinguibles. En una obra plástica, musical o fílmica, el fulgor y el ruido, pueden llegar a tener la misma importancia. Y aunque de El Nacimiento de Venus de Boticelli a la cama vieja tirada en un charco que los surrealistas colocaron en la Exposición Mundial de Surrealismo de 1933 haya un abismo, no creo que tengamos grandes problemas para disfrutar de ambas propuestas y entender qué tipo de harmonía o de desharmonía vehiculan.

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