jueves, 23 de junio de 2011




DIARIO


Sobre el movimiento 15 de marzo.

Los analistas políticos y los periodistas se obstinan en subrayar que el movimiento de los indignados no tiene un programa claro, que no tiene líderes, que se ha convertido en una suerte de cajón de sastre en el que se mezclan movimientos híbridos de izquierda, ácratas, antisistema... Parece que no quieran ver lo ovbio: independientemente de la reivindicación de cosas concretas como la reforma laboral o la democracia real, este movimiento es una crítica cabal del pueblo a la clase política en tanto tal clase, es decir, como élite y a los poderes económicos sin rostro de quienes, tal élite, es servil mediadora. En este sentido, el movimiento encarna una reacción social soberana no sólo contra la representatividad de los políticos, sino contra las mismísimas estructuras, es decir, contra la determinación de la realidad social, y por lo tanto, de la vida de cada uno de nosotros, por parte de los tecnócratas. Agustín García Calvo decía que "el lenguaje no es de nadie". Este movimiento indica esa misma libertad. Si somos sociedad, si entre todos constituimos sociedad, el cambio y las mejoras son posibles, las reglas no vienen dictadas por el Divino sino que son producto del acuerdo común, y por lo tanto la equiparación igualitaria de todos los que están implicados en el juego supone la posibilidad de reformas, adiciones o revocaciones. En vez de tanto periodista parlanchín, qué falta hacen sociólogos, incluso, semiólogos, para explicar las razones coyunturales profundas de este movimiento o semejantes.



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Un par de artículos en la prensa y un programa de radio, me invitan a frecuentar de nuevo a Borges. Resulta admirable que, habiéndose dicho todo sobre Borges, al leerlo o reflexionar sobre su figura o aspectos de su obra, siempre te sorprenda descubrir alguna cosa nueva. Esto es lo que hace que sospeche de sus envidiosos detractores. Las declaraciones de un Paul Auster, por ejemplo, resultan deleznables: no quiere saber quién es Borges, y si lo sabe, miente a sabiendas cuando opina lo que opina. Hasta hace muy poco, yo, que había despreciado la poesía borgiana, ahora la estoy leyendo con placer, a pesar de su resignación y monotonía temática, monotonía que resulta iluminadora por la brillantez memorable con que Borges trata sus motivos comunes. Borges tiene una larga vida crítica por delante, porque en él se encarna ejemplarmente una de las características esenciales del arte y la literatura modernos: la conciencia de lo literario del hecho literario.

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