martes, 12 de abril de 2011


MONUMENTO A MIGUEL HERNÁNDEZ ¿POR FIN?

Recuerdo que allá, a mediados de los ochenta, nosotros, los empireumáticos, estuvimos negociando con el Ayuntamiento y Pablo Serrano, el escultor, para que se colocara en Orihuela un monumento al poeta, hasta entonces, ominosamente ausente. La cosa no cuajó, por diversos motivos. Ahora, por fin, como estratégico corolario al año hernandiano, el equipo de gobierno municipal lo ha conseguido: ubicar la estatua conmemorativa en un sitio relativamente significativo: la estación de trenes y autobuses, aunque el sitio no es precisamente céntrico. En Orihuela, el epicentro del espacio público, el foro social por excelencia, es la glorieta, lugar ideal para haber colocado allí el monumento. El que lo hayan enclavado presidiendo la estación, es decir, el punto de entrada y salida de oriolanos y extranjeros, un espacio de transición, ¿equivale a un alejarlo de conciencias temerosas, a desdibujar levemente la figura del poeta en un punto limítrofe, o lo que se pretende es que proteja con la inmortalidad de su musa el continuo tráfico humano de pasajeros? No sé si todo esto es demasiado sutil y las cosas se han hecho sin más, pensando que lo primero que vean los viajeros al bajar del tren o del autobús sea la figura del poeta llamándonos encendidamente a todos a la dignidad. Pero esa cercanía con la estación, que la estatua se erija en el extremo de la zona más transitada, en la convergencia misma de los flujos que van y vienen, de las despedidas y de los recibimiemtos, no deja de hacer recordar que el hábitat del poeta es el margen (privilegiado), lo extremo, una suerte de frontera interior aun en la ciudad en la que nació.

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