martes, 16 de noviembre de 2010


MÁS MÚSICAS

Carlos Saura acaba de filmar su última película: Flamenco, Flamenco. Se trata de un nuevo musical de este director. En una entrevista en Radio Nacional, hablaba ayer de la fama mundial que goza el flamenco, y señalaba que, dentro del espectro de las músicas populares, el flamenco y el jazz eran los dos únicos tipos o estilos que podríamos calificar de universales. Escuchando esto, me incomodé un poco. Por razones de distanciamiento político e histórico, seguimos desconociendo la espléndida cultura musical de esa cosa abstracta que hemos convenido en llamar, de forma aglutinada y un tanto despectiva, "los países del este". La impronta fatal del comunismo y su fracaso, parecen ser las pobres excusas con que se pretende dar por concluidas las expectativas creativas de más de media Europa. Todos los países que pertenecían al orbe soviético o sufrían su influencia, desde Ucrania hasta Serbia, desde Hungría o Polonia hasta Lituania, conforman una riquísima constelación musical que permanece muda, es decir, que aquí no suena o lo hace infrecuentemente. Occidente ha ahormado un canon que se supone universal y el resto parecen ser opciones periféricas, propuesta que gravitan como satélites alrededor del planeta madre, buscando un mismo grado de aceptación. ¿Dónde radica "El misterio de las voces búlgaras", sino en una belleza que hasta hace poco desconocíamos?
Es cierto que el grado de permeabilidad y adaptación que ofrece el jazz facilita su difusión mundial, constituye un lenguaje a disposición de todos, y que el flamenco tiene a su favor la puesta en escena y la afición japonesa o incluso coreana (en realidad, no sabremos lo que un oriental puede ver en un espectáculo de flamenco, quizá les haga recordar algo de lo arcaico de sus propias raíces, solapadas por la occidentalización reinante). Pero conozco bien la música de países como Hungría, Rumanía, Bulgaria y Ucrania y se trata de una música surcada de una gran variedad melódica y que presenta, un virtusosismo instrumental, a veces, espectacular. Las músicas que nos traen el grupo polaco Motion Trio, el húngaro Kálman Balogh, o los conjuntos rumanos Fanfare Ciocârlia y Taraf de Haiduks, son músicas de alto voltaje, trepidantes y de un trabajo musical tan notable como impactante. Si hoy en la UNESCO han sido aceptados como partes integrantes del patrimonio cultural de la humanidad el flamenco y los castells, no veo porqué no va a pasar lo mismo con las csárdás húngaras, por ejemplo, que tanto inspiraran, en sus rapsodias, a Brahms y a Lizst. Seguramente, nosotros nos sabemos vender mejor. He oído decir a algún comentarista radiofónico decir que Goran Bregovich es "excesivo". ¿No es excesivo el flamenco, también?
Todos los años, en el festival "La mar de músicas" de Cartagena, asistimos a las últimas novedades de música africana o latinoamericana, mientras que no tenemos la más mínima noticia de qué tipo de música se está haciendo en Chequia, Eslovaquia, o en la mismísima Rusia, es decir, en esa otra Europa que se ha condenado a la rareza. No comprendo esta obstinada ignorancia, teniendo en cuenta que es todo un continente sonoro de alta calidad el que permanece en el limbo y que nos estamos perdiendo.

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