miércoles, 2 de junio de 2010


EL ESTIGMA DE SER INMIGRANTE

Iván es ucraniano y me comenta, quejándose, la poca actividad, la falta de iniciativa que se respira en Orihuela. Iván tiene un bar, El Quinto, y su idea es la de hacer de su bar un punto de encuentro selecto en el que tanto autóctonos como personas inmigrantes puedan conocerse en un ambiente relajado y amistoso. Lo que está haciendo Iván con este proyecto, es luchar contra ese veneno semántico que se ha ido depositando sobre el término "inmigrante", hasta hacerlo significativo casi exclusivamente de exclusión, sospecha, miseria o marginalidad. Iván ya ha hecho todo lo posible para publicitarse: anuncios en periódicos locales, apariciones en televisión, rebajas inauditas en sus menús, ofertas de platos búlgaros, ucranianos, rusos... pero nada. Excepto un par de parroquianos autóctonos, vecinos del bar, y menguado personal inmigrante, que toman un par de copas, y sobre todo, una buena ración de televisión a través del monitor que permanece encendido, presidiendo el local, la gente que entra en el bar es escasa y la consumición resulta mínima e insuficiente para el mantenimiento del negocio.
Iván tiene mala suerte. Quizá a su bar le falte, qué se yo, algo más de iluminación, o quizá el que esté ubicado en una calle de Orihuela que en los últimos años se ha poblado, casi mayoritariamente, de personas inmigrantes, le esté perjudicando a la hora de querer atraer a gente nacida en la ciudad.
Iván me habla con toda la franqueza e ingenuidad del mundo: no comprende por qué los autóctonos, los españoles no entran en su bar y sin embargo, lo hagan en uno, situado justo en la esquina de enfrente, que no es ni mejor ni peor que el suyo, pero que lo llevan otros españoles.
Iván insiste en que se ha establecido como una pared, inmaterial pero de una solidez de acero, entre los inmigrantes y los españoles, entre ellos y nosotros, y que, propuestas como las que me comenta, por ejemplo, la que chicos y chicas de países distintos junto con los españoles se conozcan en su bar, debieran servir para derruir esa pared, esa suerte de frontera que lejos de la geográfica, se ha erigido dentro de la misma sociedad. Escuchándolo a la puerta de su bar, además de impotencia, he sentido, de pronto una aguda tristeza, como si estuviera asistiendo al devenir de una nueva era extraña y confusa, como si el futuro, lo que se vislumbra en esta primera década del siglo XXI, en vez de significar progreso y cultura, trajera consigo un retroceso, un período de extravío y de pobreza. Pobreza y desolación que junto a la crisis, son los inmigrantes, esos integrantes de una nueva casta, los que la están experimentando por partida doble.

1 comentario:

José Antonio Fernández dijo...

He de decir que doy todo mi apoyo a esa iniciativa tan noble y necesaria y yo sería seguramente de los pocos autóctonos de ese bar. Es triste, pero es así tal y como tan bien expones. Parece que nos da miedo lo desconocido, más bien nos han metido el miedo a lo diferente.
Como mínimo, no hay que callarse ante la irracionalidad de cierto sector de la sociedad, muy amplio, por cierto.
Un saludo.

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