jueves, 17 de septiembre de 2009


IDENTIDADES NÓMADAS:
LOS DIARIOS DE ISABELLE EBERHARDT
Borges nos hablaba en uno de sus cuentos de aquella inglesa que, capturada por unos indígenas, se convierte en una integrante más de la comunidad, o bien, de la transformación que experimentaba un bárbaro llegando a ser un tribuno romano. Borges quería decirnos, a través de la ficción, que la pertenencia a una identidad cultural puede ser ilusoria, franqueable, tanto por la voluntad como por el empuje de las propias - y, ocasionalmente, venturosas -, circunstancias. El mensaje no es nada trivial. Adoptar otra cultura es, ni más ni menos, que ingresar en otra sensibilidad, someter el cuerpo a otros ritmos y maquillajes, enfrentarse al conjunto simbólico de un imaginario nuevo, aceptar otras ritualidades. Los europeos, por ejemplo, parece que cuando han elegido viajar a Oriente, lo han hecho para escapar de las rigideces, del control, del "exceso de significado", como diría Barthes, que nos rodea en Occidente.
Isabelle Eberhardt (1877-1904) no se limitó a viajar al desierto buscando los efectos terapéuticos de un relajante distanciamiento del mundo europeo, sino que abdicó de su identidad europea para investirse de una bien distinta, la que el mundo de los beduinos y el Islam le procuraron.
Rebelde impenitente, viajera, escritora de novelas y de cuentos, su documento más íntimo y revelador de esta decisión, de este transvase a otro universo, lo constituyen sus diarios que la editora Backlist , adjunta a Planeta, nos ofrece en su edición española.
Suele decirse que nadie más temible que un converso reciente a una religión, a un credo, a una ideología. Lo extraordinario del caso de Isabelle Eberhardt es que no podemos hablar de conversión iluminada, ni de decisión causada por el revelamiento súbito de una "verdad", sino que se trata de la elección soberana de su voluntad. Isabelle lo confiesa en estos diarios: lo que le ha llevado a huir de Europa no ha sido el ir contra ella o el asumir meramente una postura provocadora contra su entorno, sino su inquietud personal, su incapacidad para radicarse en un lugar, su deseo de libertad, de búsqueda de otros horizontes. Cierto es que el paso de Isabelle "al otro lado" y que implica mirar a los europeos como una extraña, produce manifestaciones contundentes en estos diarios. Abomina de los burgueses, de la agitación idiota de las ciudades, de las mujeres europeas, de la arrogancia colonialista, del aspecto ridículo de los atuendos militares. Y es totalmente sincera en lo que dice. Se nota. No se trata de la condena o de la maldición del converso, sino del rechazo a unas formas y a unas actitudes que pretenden pasar por ser los modelos de una educación y de una civilización superior. Eberhardt se enamora de la monotonía del desierto, del perfume de los jardines sumidos en los oasis, del silencio, de la simplicidad. Pero no se olvida del todo de Europa. Sabe que si desea triunfar literariamente, París es la plataforma mundial del momento. Y, naturalmente, Eberhardt escribe tanto sus diarios como sus novelas en francés.
Hay algo que me ha llamado la atención en sus notas: las repetidas alusiones a la sensación de misterio que el paisaje, las tonalidades del desierto, la caída de la tarde, el aspecto de montañas, horizontes y mares, le producen. Hay en estas constataciones un abandono voluptuoso mezclado con una admiración temerosa, como la confianza trémula en una deidad innombrada. Está claro que Isabelle se instala en el mundo errático del desierto y se convierte al Islam no tanto por una belicosa oposición a su cultura original ni por buscar la comunión extática con la cultura islámica y con los hombres de esa cultura, con quienes tuvo más de un roce - intentaron asesinarla - como por razones prácticas: Isabelle, simplemente, está más cómoda en el nuevo mundo elegido. La generosidad espacial, la sensualidad del ambiente, la languidez de las formas, experimentar el tiempo de un modo más flexuoso, unido a la sencillez de las gentes y su estilo de vida, constituyen un medio en el que Isabelle no sólo ubica su sensibilidad sino donde encuentra el amor y la pasión.
Sin dejar de ser una mujer europea, porque escribe y reflexiona sobre sí misma, porque es ferozmente individualista, elige un ámbito que precisamente por su rudeza se adecua a lo que está buscando. Le bastan un par de caballos y una estera sobre la que recostarse. En el mundo civilizado, como dice "sobro". Las aventuras de la libertad.
Resultan impresionantes y reveladoras las últimas palabras de su diario, escritas poco antes de morir. Son la rúbrica de alguien sin patria, la confesión de una persona eternamente errabunda a la búsqueda de un hogar imposible: "Muchos otros lugares de África me fascinarán todavía... y luego, mi ser solitario y dolorido desaparecerá de la tierra por la que habrá pasado en medio de los hombres y de las cosas siempre como un espectador, como un extranjero".


2 comentarios:

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Anónimo dijo...

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