lunes, 10 de agosto de 2009



REMOTOS ORÍGENES: DESCUBRIMIENTO DE POE

Curiosamente, Borges confesaba a Bioy Casares que si hubiera descubierto a Poe a una edad adulta, probablemente, lo hubiese desdeñado, considerándolo un autor no muy relevante. Quizás Borges dijo eso pensando, sólo, en una parte de la obra de Poe, en la parte más efectista o fantástica, olvidando la originalidad de los relatos policiales o la filosofía poética de los más elucubrativos.Quizás quiso indicar a su habitual contertulio, que algunos autores provocan una impronta singular según la edad psicológica en que sean leídos. Cuántas veces se ha dicho esto de la obra de un Herman Hesse, por ejemplo. De todos modos lo que hizo Borges con esa apreciación fue contextualizar la subjetividad del lector en un momento concreto de la existencia, planteando un tema muy interesante: la cronología afectivo-imaginaria de quien lee, el número de épocas psíquicas que atravesamos durante la vida y la especificidad de la imagen del mundo que comporta cada una de esas épocas. Si para la crítica literaria actual Poe es uno los escritores paradigmáticos de la modernidad, parece que para Borges era posible matizar ese escalafón.
¿Tenía razón Borges? Precisamente, siendo un adolescente, hacia mediados y finales de los setenta, fue cuando descubrí al escritor norteamericano. Poe es el primer autor literario con nombre propio de quien tengo conciencia de haber leído en mi vida con regularidad y pasión. Y ese descubrimiento quedó ligado a un libro concreto que marca mi memoria literaria y el afianzamiento de de un imaginario de modo bastante nítido.


Mi padre era socio del Círculo de Lectores. Yo curioseaba con frecuencia en su biblioteca y un buen día me encontré con un volumen que me intrigó de golpe por su título: Narraciones extraordinarias, y también por su espectral portada. Se trataba de una amplia antología de la obra narrativa de Poe, traducida por Diego Navarro y editada por el Círculo en 1968. La antología era una suerte de abanico temático de la obra poeiana, pues se recogían tanto los relatos fantásticos, como los policiales y los absurdos o presuntamente cómicos, patafísicos, podríamos decir también. Aquel libro se convirtió en un objeto de placer cuasi obsesivo. Y subrayo el carácter objetual pues, no sólo era la lectura del libro la que me transportaba a un universo mágico y perturbador, minucioso y extraño, sino que también disfrutaba del olor y de la textura de las páginas, de la compacidad y fisicidad de su factura.


Con el tiempo, y sobre todo, con cada veraneo, fui leyendo aquellos cuentos. Algunos nunca llegué a comprenderlos o a leerlos del todo, pero otros me comunicaron con intensidad aquel "ambiente" fantástico que desde entonces se convirtió en el sello poeiano de mi memoria y de mis propias evoluciones imaginarias en torno a un siglo XIX deliciosa y lúgubremente idealizado.


Si los relatos de Poe me fascinaron, esa fascinación se duplicó, si cabe, cuando leí el esbozo biográfico que figuraba al final del libro. Aquello fue el colofón que confirmaba la autenticidad y la genialidad del escritor.


Haciendo memoria, me doy cuenta de que Poe lo fue todo, la inauguración y el asentamiento de un imaginario, la articulación de un lenguaje: la convivencia de lo fantástico y de lo poético, el placer del análisis y de la precisión verbal, los finales inolvidables de algunos de los relatos.... Poe fue el vehículo por el que accedía a una Europa legendaria y misteriosa. Vincular a Poe con Norteamérica, con lo que en mis años adolescentes, significaba culturalmente Norteamérica, me era imposible. Poe era demasiado serio para ser norteamericano. Recuerdo, y esto me sorprende ahora, que ya entonces, en mis años de descubrimiento de Poe, releía bastante: La caída de la casa Usher o El gato negro, una y otra vez. También recuerdo lecturas concretas de relatos concretos, por ejemplo, una lectura deliciosa del cuento La isla del hada durante una siesta, rodeado de luminosos trazos de luz que se filtraban en la galería en la que me encontraba, en el año setenta y nueve u ochenta. ¿Fue aquella una relectura o la primera vez que leía el cuento?


Quizás Borges tuviera algo de razón. Si yo hubiera leído con mayor posterioridad a Poe, la naturaleza de las impresiones, el grado de fascinación que me causó su lectura, ¿hubieran sido los mismos? Con Poe me ha ocurrido lo mismo que con las películas El gabinete del doctor Caligari y Nosferatu: nunca he sabido si los demás experimentaban con la misma intensidad y placer, el estupor alucinado que yo sentía; siempre he creído que esa intensidad, que ese estado cuasi alucinatorio, eran algo intransferible, apenas comunicable a los otros, como si esas obras fueran una suerte de túneles destinados a procurarme el singular placer de perderme en ellos. ¿Delirios del lector solitario, ingenuidades de la imaginación que el tiempo podará o atenuará convenientemente? La objeción de Borges me sale al camino de estas reflexiones.


Una nota sobre la traducción de esta edición ya histórica del Círculo. La de Diego Navarro es tan buena o mejor que la de Cortázar, pero el relato humoresco que el escritor argentino traduce como Los leones, Navarro, utilizando paródicamente los atributos del gran felino, lo hace menos literalmente, titulándolo Arrogancias.

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