jueves, 17 de abril de 2008

UNA NIÑA CANTABA EN 1860 O EL MISTERIO DEL TIEMPO CONTINUA I


No es fácil clausurar el pasado. Éste nos sigue sorprendiendo de vez en cuando con algún descubrimiento que burla el encasillamiento arqueológico, aunque en este caso hablemos de una arqueología moderna de la técnica.
El insólito hallazgo del registro sonoro de una canción infantil en el aparato llamado fonautófono, invención de Scott de Martinville, registro que data, increíblemente, de 1860, me ha producido una extraña impresión: es como si en el macizo y estático monolito del pasado, que solemos creer ubicado y bien delimitado, se produjera inesperadamente una contractura, una chispa que llegara hasta nosotros, dejando al descubierto algo sorprendente que no sabíamos de ese bloque de historia y de cultura cerrado, obligándonos a mirar con cierto estupor, incluso expectación, lo que creíamos tener catalogado y estudiado.
El pasado sólo virtualmente está finiquitado en los anaqueles giratorios de nuestras abundosas bibliotecas. El fonautófono de Martinville vuelve a reabrir la incertidumbre sobre la cronología real de los heroicos inventos decimonónicos. Resulta verdaderamente curioso. Algo acontecido hace casi siglo y medio, y se envuelve hoy, sorpresivamente, de actualidad, modificando puntualmente la historia: se confirma que el primer registro sonoro existente no fue el de Edison en 1877, sino el de Scott de Martinville en 1860.
Si la historia se hace todos los días, tendremos que contar también con los laboriosos días del pasado que escaparon a la generalidad de la crónicas, aunque esa operación se revista de un momentáneo y desconcertante ajuste retrospectivo.

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